(LdV)
Pensar sobre
algunas cuestiones respecto del concepto de Estrategia, y más particularmente de Estrategia Proyectual, nos lleva primeramente a remitirnos y a
relacionar tal término con el de Paradigma
y Modelo.
Las precisiones respecto del concepto de Paradigma, de su marco teórico o definición, se han tomado generalmente de lo postulado por Thomas Kuhn[1] a mediados del siglo XX para una filosofía y una historia de la ciencia. De acuerdo a esto, un paradigma funciona como un marco de referencia, un modelo que institucionaliza un modo de aproximación disciplinar frente a una investigación o fenómeno, definiendo instrumentos y casos que consolidan tal marco. Un paradigma, según Kuhn, determina “cuáles son los problemas que deben ser resueltos”, de acuerdo a sus propios principios y objetivos. En el escenario de la Modernidad, y a partir de la existencia de una multiplicidad de paradigmas, lo que hacía Kuhn era poner en evidencia la pluralidad y diversidad de lo moderno. La idea de paradigma coincide entonces con la de modelo en relación a la existencia de una estructura jerárquica, troncal, a partir de la cual se determinan objetivos, principios, cursos de acción, procedimientos o casos.
La cultura
moderna del siglo XX propuso la existencia de una diversidad de Modelos respecto de los procesos
proyectuales como expresión de pluralidad diferenciándose de otras prácticas
precedentes determinadas por el criterio hegemónico de composición. Estos modelos vincularon la idea de mecanismo – un
término apropiado dentro de la cultura estética y técnica de principios del
modernismo –, donde cada una de las decisiones y etapas del proyecto cumplían
con un propósito causal siguiendo una lógica de causa y efecto, asociada a la
metáfora de la máquina.
Dentro de
esta orientación modernista, el proceso proyectual funciona como un sistema
cerrado que organiza las relaciones entre las diversas dimensiones formales,
funcionales y constructivas del proyecto.
Estas decisiones y operaciones cobran forma, poseen una identidad, en relación a un propósito a cumplir y que
no casualmente fue también asociado al funcionamiento de la vida orgánica, de
la máquina o de la organización de lo social. Esta condición en la arquitectura
conecta cada operación o cada elemento con las conductas o acciones objetivas y
concretas. Nos referimos a aquellas arquitecturas asociadas a un pragmatismo funcional,
y también a aquellas otras que dan cuenta acabada de una dimensión estética o
filosófica-social; una estética o un posicionamiento ideológico que cumplen con
el propósito o la finalidad de un programa o de una didáctica social. Más allá
de esta concepción del mecanismo como lógica proyectual, lo que tenemos es en
definitiva la idea de modelo.
El modelo
proyectual como lógica en el desarrollo de proyectos posee una estructura
jerárquica y vertical. De acuerdo a ella es que deben seguirse los lineamientos
que plantea el propio modelo, que
define un sistema de valoración que determina lo que está por dentro o lo que
es aceptado por el proceso proyectual y aquello que queda por fuera según esta
orientación. En el modelo proyectual hay decisiones que son principales y otras
que resultan de menor jerarquía, las cuales deben acompañar, responder o
reafirmar a las primeras; dentro de esta idea de modelo en el desarrollo del proyecto no es posible tomar decisiones
o incorporar elementos que contradigan los lineamientos principales o a la
llamada idea rectora, ya que tal
incorporación supone un debilitamiento o una falta de coherencia respecto de
las ideas consideradas principales. Una de las formas canónicas del modelo
proyectual en nuestro medio ha sido la denominada arquitectura diagramática o de partido; otro ejemplo posible es el
del uso de la tipología, aun dentro
de su dialéctica entre esencia y variación, entre el mantenimiento de un rasgo
“típico” y sus posibilidades de exploración.
Además de su organización jerárquica y vertical y más allá de las posibilidades de variación que podrían permitir, los modelos pueden vincularse a las ideas de esencia y permanencia. En ellos existiría una “esencia” que debiera mantenerse a lo largo del proceso proyectual, algo que debe permanecer a través de las sucesivas decisiones u operaciones. Así mismo, el modelo tiende a priorizar la noción de resultado, en el cual debe permanecer la huella de las ideas iniciales. En ese sentido, el proceso funciona más como una confirmación de lo inicial y no como una dinámica exploratoria que puede incluir las contradicciones, la ambigüedad o los desplazamientos; en todo ello prima de cierta manera un criterio de unidad, no de la forma sino de unidad en la concepción.
El
concepto de Estrategia se refiere en
una de sus acepciones como el proceso regulable
o conjunto de reglas que aseguran una decisión óptima en cada momento. Si los
modelos presentan una estructura jerárquica vertical, las estrategias
configuran una organización en horizontal. En ellas las diferentes decisiones
se encuentran en un mismo plano de igualdad, lo mismo que los diversos factores
y elementos que hacen al proceso proyectual. Su forma de ordenamiento no
responde a un criterio “superior” ni a una predeterminación dada por una serie
de lineamientos a priori, sino que la misma se va construyendo como parte del
mismo proceso del que resulta un modo interpretativo o de comprensión. En el
caso del proyecto la estrategia propone la idea del proyecto como una
interpretación.
En las
estrategias proyectuales las decisiones y operaciones son parte de una
interpretación, una re-escritura continua, escribiendo y re-escribiendo a la
manera de un palimpsesto o de una serie de superposiciones que va tejiendo un
modo de reflexionar y de dar forma como en una urdimbre que conecta y otorga
sentido. Las relaciones en ese tejido o red no se encuentran determinadas, sino
que se van construyendo como posibles procesos de interpretación y
transformación continua. Cada una de esas decisiones, operaciones y
procedimientos no tienen que confirmar una única idea inicial; dentro del
proceso de las estrategias pueden aparecer varias y diferentes
interpretaciones, ideas, núcleos de reflexión o lógicas de sentido que permiten
y admiten las superposiciones, los desplazamientos y aún las contradicciones o
ambivalencias. Su trabajo se da a partir de la diversidad, la multiplicidad y
la horizontalidad. Los diversos factores de lo proyectual – forma, programa,
usos, materialidad, lugar, significación, etc. – interactúan entre sí
recíprocamente y se integran en una suerte de red conceptual. Estas operaciones y procedimientos permiten
reconocer y comprender el proceso proyectual como una transformación continua,
dialéctica y compleja.
El inicio
del proceso no necesariamente parte de la resolución de los diferentes aspectos
preceptivos como la conversión de un diagrama, que describe la multiplicidad de
condiciones del programa, en un edificio concreto o de una forma cerrada y a
priori. Tal inicio reconoce una diversidad y simultaneidad de estímulos o
referencias, los cuales pueden ser arquitectónicos, pero también
extra-arquitectónicos, llevando a la disolución de los límites disciplinares
taxativos y favoreciendo las contaminaciones, los préstamos e hibridaciones.
Tales procesos favorecen las técnicas de representación como el collage y el montaje. Pero principalmente collage y montaje se presentan no sólo
como representación sino como una estrategia de pensamiento en los modos de
relacionar los diversos factores intervinientes.
Las
estrategias proponen nuevas maneras de concebir la forma, la incidencia del
programa, la materialidad, el lugar, pero principalmente nuevos modos de
relacionar forma y programa, forma y materialidad, programa y lugar, forma y
paisaje, lenguaje y materialidad, etc. Memoria, sujeto, público, privado,
innovación, permanencia, desplazamiento, técnica, traducción, significado, son
algunas de las categorías revisadas por las estrategias proyectuales.
Antes que
las clasificaciones taxativas, las taxonomías o la determinación de una
metodología, las estrategias abren los procesos creativos, pero no por ello
adolecen de falta de rigor: tal como dijimos anteriormente, el mismo tampoco se
encuentra predeterminado por una normativa, sino que se va construyendo en un
despliegue dialéctico entre el conocimiento específico disciplinar y lo
cultural.
Dentro del
proceso planteado por las estrategias algunas decisiones y operaciones se irán
manteniendo, otras serán relegadas y otras más se incorporarán. En tal
despliegue el resultado no se conoce a priori ni debe guardar la impronta de un
único origen. El mismo es un momento particular del proceso y opera sobre la
idea de genealogía: como en una organización arborescente, los diversos
comienzos y reinicios pueden resultar algunos explícitos, otros velados o
sugeridos.
Conceptualmente
la idea de tiempo en las estrategias no es la del tiempo lineal ni diacrónico
de la lógica de causa y efecto. Su tiempo es el de las superposiciones
temporales, el tiempo cualitativo de las ucronías, los anacronismos, los
sincretismos, los saltos temporales, las idas y vueltas o la discriminación
selectiva de la memoria; también la del olvido.
Por fuera de las formas de producción terciaria, del profesionalismo laxo o de su subsumisión a los dictados del mercado – lo cual llevaría a reflexiones mucho más extensas – nos referiremos aquí al proyecto en su ubicación dentro de las lógicas de producción cultural contemporánea y en su capacidad crítica sobre las mismas, y a las relaciones entre proyecto, arquitectura y cultura.
[1]
Kuhn, Thomas. La estructura de las
revoluciones científicas. México. Fondo de Cultura Económica. 2007.